jueves, 12 de enero de 2023

BIENVENIDOS!!

 




Lista de Leyendas Ecuatorianas


LL.3.5.3. Elegir lecturas basándose en preferencias personales de autor, género o temas y el manejo de algunos soportes para formarse como lector autónomo

Integrantes:

Aguilar Romero María Vanessa

Gina Alexandra Armijos Chamba

Enith del Carmen Calderón Calero

Doris Yomira Bautista Arpi

Juan Gabriel Calapucha Yumbo


ESCUELA DE EDUCACIÓN BÁSICA “ALONSO DE MERCADILLO” DE LA CIUDAD DE LOJA




SEXTO GRADO DE EGB

INTRODUCCIÓN.

El género narrativo que se va a trabajar en esta unidad es la leyenda, la cual es un relato o una serie de sucesos imaginarios o maravillosos los cuales están enmarcados en un contexto histórico, en nuestro caso leyendas del Ecuador. La palabra leyenda procede del latín legenda, derivado de legĕre que significa leer. Las leyendas se caracterizan por ser relatos que explican o caracterizan un lugar o acontecimiento mezclando hechos verídicos y fantásticos. Las leyendas buscan explicar fenómenos o hechos misteriosos de lugares o de acontecimientos históricos de manera informal. Además, las leyendas son transmitidas de forma oral de generación en generación otorgando diferentes versiones de la misma narración. Utilizando la imaginación y acompañados de las tecnologías llegaremos a viajar por las distintas regiones de nuestro país y conocer culturas y tradiciones a través de las leyendas que se trabajarán. El objetivo final será poder trabajar las habilidades de lengua oral, lectura y escritura a partir de la lectura de las leyendas del Ecuador”.

JUSTIFICACIÓN.

Al implementar esta secuencia didáctica se busca desarrollar habilidades y competencias textual, literal, inferencial y crítico intertextual de orden literario, semántico a lo largo de las prácticas de lectura, comprensión e interpretación. También se pretende practicar el vocabulario y las estructuras conversacionales. Todo este proceso será orientado desde una perspectiva constructivista. La trascendencia de esta unidad se verá reflejada en la producción textual de narraciones de leyendas, en su construcción. La importancia de este proceso se verá reflejada en la mediación de las herramientas tecnológicas que se ofrecen en actividades con el fin de que, el estudiante sea el eje central de su propia formación.

La importancia de la Lectura.



miércoles, 11 de enero de 2023

LEYENDAS ECUATORIANAS

 El jinete sin cabeza


Era domingo por la mañana. Habían pasado apenas veinticinco años del reasentamiento de Riobamba en la llanura de Tapi. El pueblo despertó alarmado con la noticia de que la noche anterior, un jinete sin cabeza había cabalgado por las polvorientas calles de la nueva ciudad. Más de uno lo había visto. 

Por esos días, las guerras de independencia estaban latentes, de modo que cuando se escuchó a las doce de la noche el golpeteo de las herraduras lejanas, creyeron que era algún mensajero perentorio, con noticias frescas de la revolución, pero cuando abrieron los ventanales salpicados de barro, se encontraron con la sorpresa de un jinete vestido de sombra, que galopaba temerario bajo la luna nueva. Su caballo, botas, pantalón y poncho se confundían con la noche. Paralizada habría de quedar Riobamba, cuando los fisgones descubrieron que aquel personaje misterioso estaba descabezado, y agregaron muertos de miedo, que sin lugar a duda, era el espíritu de algún prófugo de ultratumba.

Pasaron los días, las historias del Descabezado de Riobamba se contaban por decenas. Lo veían los bohemios que no soportaban el encierro del sábado sin alcohol, los viajantes infortunados que regresaban al asentamiento de San Luis luego de la jornada de trabajo, y los desvelados que no podían dominar el vicio de mirar por la ventana. Pero en general, cuando llegaba el sábado por la noche, la gente atemorizada, se encerraba en las casas de adobe y teja, con el gran portón de madera clausurado con la tranca por dentro.

Por esos días se especulaba mucho en el pueblo. Unos decían que era el alma en pena de algún decapitado en la guerra, otros que venía a vengarse del mundo descabezando a todo aquel que encontrara a su paso. Otros más clarividentes, creían que los curas, de alguna forma, debían tener la culpa, porque las misas ofrendadas para rogar por la santa alma del Descabezado, no habían servido sino para llenar las arcas de la iglesia. El jinete legendario seguía apareciendo puntual cada semana.

El plan para desenmascarar al jinete

Era un sábado de color claro, tan despejado, que la cadena montañosa revelaba el encanto de los esquivos Cubillines. En el barrio de Santa Rosa, frecuentado por el Descabezado, dos jóvenes que vivían frente a frente se encontraron por casualidad. Uno de ellos tenía la fama de astuto, el otro en cambio, lo conocían como prudente. Desde luego comentaron la aparición del espectro, por esos días, en el pueblo casi nadie hablaba de otro tema.

-A mi que no vengan con pendejadas- dijo el amigo astuto. - Para mí es un pícaro-

Su vecino le dio el beneficio de la duda. Pero ¿Y qué tal si el aparecido ese, de verdad fuera un espíritu del más allá? ¿Cómo saberlo?

Fue así como el vecino astuto, cansado de tener que guardarse los sábados, diseñó un plan para desenmascarar al supuesto impostor. Se le ocurrió mientras lo iba contando.

-Lindo el plan veci- dijo el amigo prudente- pero dígame una cosa ¿Qué hacemos si es verdad? Nos van a ir cargando a la quinta paila del infierno-

Pero el vecino astuto insistió con tal empeño, que no dudó en ofrecerle al amigo de toda la vida un buen trago para espantar el susto.

-Bueno, esa es otra cosa-dijo- Por lo menos de chumadito no ha de doler cuando me lleve el Descabezado.

Así que fueron a la plaza a comprar una soga larga, una poma de trago de contrabando y tabacos cerreros para acompañar al fuerte. Se reunieron cuando el anaranjado atardecer se transformaba en una noche pintada de estrellas. Bebieron hasta que el miedo les pareció tan pequeño que cabía en la palma de su mano.

Conversaron de la vida, de las vecinas y del jinete sin cabeza. Se imaginaron tantos escenarios, todos tan distintos y disparatados, que cerca de las doce de la noche, la inagotable fuente de inspiración se agotó. De manera que fueron a templar la soga. Calcularon, al ojo, más o menos la altura del pecho del decapitado.

-Ahora sí-dijo el vecino astuto en medio de la borrachera feliz- Si logra pasar por aquí, no vuelvo a salir el sábado nunca más en mi vida.

El Jinete apareció

A las doce de la noche, apareció el jinete legendario, apoderándose de la oscuridad con su atuendo temible. Los que se consideraban cuerdos ni siquiera se atrevían a mirar por la ventana. En cambio los vecinos locos estaban ahí, dispuestos a descubrir la verdad, aunque aquello implicara quemarse en la quinta paila del infierno.

Estaban escondidos en la sala del vecino astuto, cuando el Descabezado pasó frente a sus casas, se estrelló con la soga justiciera y cayó de espaldas mientras el caballo siguió su camino imperturbable. Salieron de su escondite en medio de risas nerviosas y apresaron a la supuesta alma en pena. Comprobaron con sorpresa que no era otro sino el párroco de San Luis.

- Es que estaba haciendo mucho frío y me tapé la cara para no agriparme- trató de disculparse el sacerdote rojo de vergüenza.

Antes de entregarlo a las autoridades, los vecinos se escabulleron con el cura a la cantina, en donde confesó su amor irracional por una santarroseña. La pasión lo había perturbado tanto, que el único camino que encontró para consumarlo, fue cubrirse el rostro y aparecer como espectro, porque la sociedad riobambeña asimilaba mejor la idea de un descabezado vagabundo, que la de un cura enamorado.

 

La Capa del Estudiante



 Todo comenzó cuando un grupo de estudiantes se preparaban para rendir los últimos exámenes de su año lectivo. Uno de ellos, Juan, estaba muy preocupado por el estado calamitoso en el que se hallaban sus botas y el hecho de no tener suficiente dinero para reemplazarlas.


Para él era imposible presentarse a sus exámenes en semejantes fachas; sus compañeros le propusieron vender o empeñar su capa, pero para él eso era imposible? finalmente le ofrecieron algunas monedas para aliviar su situación, pero la ayuda tenía un precio; sus amigos le dijeron que para ganárselas debía ir a las doce de la noche al cementerio del El Tejar, llegar hasta la tumba de una mujer que se quitó la vida, y clavar un clavo, Juan aceptó.


Casualmente aquella tumba era la de una joven con la que Juan tuvo amores en el pasado y que se quitó la vida a causa de su traición. El joven estaba lleno de remordimientos? pero como necesitaba el dinero, acudió a la cita.


Subió por el muro y llegó hasta la tumba señalada? mientras clavaba, interiormente pedía perdón por el daño ocasionado. Pero cuando quiso retirarse del lugar no pudo moverse de su sitio porque algo le sujetaba la capa y le impedía la huida? sus amigos le esperaban afuera del cementerio, pero Juan nunca salió.


A la mañana siguiente, preocupados por la tardanza se aventuraron a buscarlo y lo encontraron muerto. Uno de ellos se percató de que Juan había fijado su capa junto al clavo. No hubo ni aparecidos ni venganzas del más allá, a Juan lo mató el susto.

La dama tapada




No se ganaba en Guayaquil el rumboso título de TUNANTE, por los años 1700, quien no había seguido siquiera una vez a la  TAPADA, en alta noche por los callejones y vericuetos por los cuales llevaba ella a sus rijosos galanes.

Nunca se la veía antes de las doce ni jamás nadie oyó, en la aventura de seguirla, las campanadas del alba, a las 4 de la madrugada.

¿De dónde salía la tapada? Nunca se supo; pero el trasnochador de doce y pico que se entretuviese por alguno de los callejones de Alonzo o la Cruz, del Ahorcado o la Velería, el Descomulgado o la Curtiembre, por Chínguere o la Encrucijada, y pasando las ruinas de la Muralla por donde hoy Junín, tomase hacia el Bajo, de seguro que el rato menos pensado tenía andando delante de sí, a dos varas invariables, siempre  como al alcance de la mano pero nunca alcanzable, a una mujer de gentilísimo andar, cuerpo esbeltísimo, y que aunque siempre cubierta la cabeza con mantilla, manta o velo, revelaba su juventud y su belleza, y a cuyo paso quedaba un ambiente de suavísimo perfume a nardos o violentas, reseda o galán de noche.

Todo galanteador, fuese viejo verde o joven sarmiento, sentíase irresistiblemente atraído como medianímicamente inspirado para dirigirle los piropos. Y ella delante y él detrás, camina y camina, sin que ella alterara su ritmo pero sin dejarse nunca alcanzar ni  disminuir la distancia de una vara a lo sumo; pues bajo no se sabía qué influencia, el acosador no podía avanzar a franquear esa distancia.


Y camina, camina, la damita cruzaba célere con la pericia de una buena conocedora de los vericuetos, siempre por callejones y encrucijadas, sin franquearse a calles anchas. Zas… zas… las almidonadas arandelas de su pollera unas veces. Suas… Suas... suas… los restregos de sus sayas de tafetán, otras, pues nunca se repetían sus trajes, salvo la manta o el velo.

Sólo pequeños esguinces de su gallarda cabeza, como animando a seguirla: sólo algo así como el eco imperceptible de una ahogada  sonrisa juvenil, eran los acicates del galán que se empecinare en seguir a caza tan difícil. Y cosa curiosa: a su paso los rondines dormían, si alguno estaba en la calle; y nadie que viniera de frente parecía verla: la visión era sólo para el persecutor, que ya perdida la cabeza y el rumbo, seguía inconsciente, hipnotizado, cruzando callejas y callejas sin saber por dónde ni hacia donde le llevaban su curiosidad o malicia y el irresistible imán que lo precedía.


...Cuando de pronto… la tapada se detenía … Daba media vuelta de precisión militar, y levantándose el velo que cubría su faz, no decías sino estas frases:


-Ya me ve usted cómo soy… Ahora, si quiere seguirme, siga… Y el rostro tan lindamente supuesto, se mostraba en verdad, bellísimo,  fino, aristocrático,  blanco, sonrosado, fresco, griego, magnífico… pero todo era una visión de un segundo. Inmediatamente, como hoy podemos ver en las combinaciones de la  película esas transformaciones entre sombras y disfumaciones… todas las facciones iban desapareciendo como en instantánea  descomposición cadavérica: a los bellísimos ojos sucedían grandes cuencas que a poco fosforecían como en azufre; a los lindos labios  las descarnadas encías, a las mejillas los huesos; hasta que totalizada la calavera, un chocar macábrico de crótalos eran las mandíbulas de salteados dientes… Y un creciente olor de cadaverina reemplazaba la cauda de aromas anteriores...


Otra media vuelta de la dama… y el que alcanzara a verla la hubiera visto como evaporarse al llegar a la vieja casa abandonada de don Javier Matute, calle del Bajo, junto al callejón del Mate, después Roditi… El que no alcanzaba a ver esto, allí quedaba, paralizado y tembleque, pelipuntiparado, sudorifrío y baboso, o loco o muerto… Sólo el que  había visto a la TAPADA podía adquirir el rumboso título de TUNANTE.

Y agrega la leyenda que el alma en pena era de una bella que en vida había abusado del comercio de la carne, sin ser carnicera.

Trascripción: Modesto Chávez Franco

Guayaquil.

martes, 10 de enero de 2023

Los Guacamayos difrazados

 


Las ancianas cañaris cuentan de qué manera dos hermanos se salvaron de ahogarse durante un gran diluvio. 

Por estas tierras cañaris hay un altísimo cerro llamado Fasayñan que cuando las lluvias causan inundaciones, sus cumbres se elevan dando estirones hacia el cielo, de manera que parece una isla que nunca se sumerge.  Cuando el gran diluvio desbordó los mares y ríos, no quedaron más que dos supervivientes, dos hermanos, varones, . Sus nombres se olvidaron, pero podemos llamarlos Chonta y Pila. 
Cuando vieron que el mar comenzaba a cubrir la tierra, Chonta el hermano mayor tomó de la mano a Pila y corrieron hacia la cumbre salvadora que los libró de ahogarse. Toda la montaña temblaba con cada estirón  y los hermanos tuvieron que quedarse agarrados a las raíces y a las rocas para no rodar hasta los abismos. 
Al cabo de unos días, las lluvias cesaron, Chonta y Pila se asomaron a mirar los valles y vieron que todo estaba cubierto de agua. No podían bajar al lugar donde estuvo su cabaña; recorrieron la cumbre y encontraron una caverna en la que se refugiaron. Salieron a buscar algo que comer, pero sólo hallaron unas hierbas duras y raíces. 


-¡Ay! -lloró Pila-, ¡me duelen las tripas de hambre! 
-A mí me gustaría tener una cabeza de plátanos y un ananá jugoso -suspiró Chonta. 


Corrían entre las rocas levantando piedras para hallar algún bicho, pero en la noche estaban tan hambrientos como al alba. 
Una tarde, al caer el sol, llegaron a la caverna sin aliento ya para seguir viviendo. 
Entonces vieron sobre la piedra donde machacaban las raíces un mantel de hojas frescas y sobre ellas, frutas, carnes, mazorcas de maíz y todo lo que habían soñado comer durante tantos días. 
— ¡Mira!, ¿quién habrá traído esta  comida? -gritó Pila. 
— No lo sé -contestó Chonta. Y se abalanzó sobre los manjares sin hacer preguntas. 


Pila hizo lo mismo y cuando estuvieron satisfechos se pusieron a dormir. 
En sueños oyeron gritos y risas de los guacamayos, esos grandes loros que habitan en las oscuras selvas de los valles. 

Los misteriosos seres continuaron llevándoles comida día a día. Nunca alcanzaban a verlos; acudían sólo cuando los hermanos dormían o se alejaban de la caverna. 

 Sintieron una gran curiosidad de saber quiénes eran los que con tanta generosidad los alimentaban; la curiosidad fue creciendo.
 
— Escondámonos cerca, entre las rocas -sugirió Chonta. 
— Así sabremos quiénes son -dijo Pila. 


Antes del amanecer ambos se escondieron junto a la caverna. Estaban nerviosos e impacientes. Pasaron las horas, de pronto, algo que sobresaltó a Pila y a Chonta tembló en el aire como un arco iris. Al poco rato oyeron un fuerte aleteo y sonoros gritos. Se asomaron con cuidado y vieron unos grandes guacamayos los mismos que habitaban en las selvas, cerca de su antigua cabaña. 
Sin embargo, su aspecto era diferente, sus plumas de radiantes colores no relucían. 
Entonces descubireron con asombro que eran 2 hermosisimas guacamayas con rostro de mujer.
A las guacamayas no les gustó tampoco haber sido descubiertas. Con las plumas erizadas y los ojos chispeantes volaron lejos, llevándose la comida. 

Al ver que las guacamayas no regresaban y que luego pasaron los días sin que les trajeran alimentos, comprendieron su imprudencia y su ingratitud. 
Al cabo de un tiempo las guacamayas volvieron a la rutina habitual y trajeron nuevamente comida a los hermanos.
Todas las tardes se asomaban a los abismos para ver si el agua bajaba en los valles; y así comprobaron que lentamente volvían a formarse los ríos, las lagunas y los mares; la tierra se secaba y surgían las selvas. 

Un día Pila y Chonta decidieron regresar al lugar donde estuvo su cabaña, pero no querían perder a los loros, no sólo porque los habían alimentado, sino porque eran unos pájaros muy bellos. 
— Guardemos uno para nosotros -resolvió Pila, convertido ya en un muchacho-. 
Cuando los guacamayos vinieron como siempre, con los alimentos, entre los dos hermanos apresaron a uno de ellos y le recortaron las alas para que no pudiera volar. 

— Perdónanos por hacerte esto, amigo, pero no queremos perderte al bajar al valle -le explicaron. 
Lo llevaron consigo montaña abajo, amarrado de una pata. 
Pero estas aves nunca abandonan a uno de los suyos, así que toda la bandada siguió a los muchachos hasta el sitio donde antes vivieran. 
En el valle los guacamayos se transformaron en seres humanos, en muchachas y muchachos alegres y hermosos: sus ojos brillaban y sus cabelleras tenían reflejos multicolores. 
Pasó el tiempo. Pila y Chonta se casaron con aquellos seres de extraña belleza, llenos de buena voluntad. Según la leyenda, este es el origen de una raza indígena ecuatoriana. 

Las abuelas de las tribus concluyen así la historia: 

«Aquellos loros misteriosos fueron dioses de las antiguas selvas y sus virtudes y poderes benéficos se transmitieron a sus descendientes». 



BIENVENIDOS!!